La nueva dinastía borbónica comenzaba a reinar en España en medio de una guerra mundial y también interna, que trastocaría aspectos importantes de los elementos del escenario internacional, y de la política exterior española posterior.
En 1700 moría Carlos II sin descendencia. Los últimos años de su reinado vieron un intenso movimiento diplomático en relación con el futuro de la Monarquía Hispánica, y en el que el rey francés Luis XIV tuvo un evidente protagonismo con los Tratados de Partición que auspició con distintas potencias.
Los dos personajes que podían argumentar derechos sobre el trono eran el archiduque Carlos de Habsburgo, de la parte austriaca de la dinastía, y Felipe de Anjou, de la Casa de Borbón, nieto del rey Luis XIV y de María Teresa, tía de Carlos II. En este sentido, no contó la posible tercera baza, José Fernando de Baviera, que falleció en 1699.
Contra lo que podríamos suponer, Carlos dejó como sucesor al nieto del rey Sol porque desde la Corte madrileña el sector dominante de la misma consideró que era la mejor opción para mantener intacto el imperio hispánico. Pero al ser designado el duque de Anjou como rey, que pasaría a nombrarse como Felipe V, las potencias se alarmaron ante un posible bloque franco−español. Además, Luis XIV comenzó a actuar casi como rey de España, y reconoció los derechos de su nieto al trono francés. Inglaterra, Holanda, Saboya y Portugal decidieron apoyar al candidato austriaco, desencadenándose un conflicto internacional.


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